domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Veira?

Harto de caminar posé mi bolsa, repleta de remedios, muy cerca del arroyo que se mostraba ante mí. Con un movimiento brusco partí la flecha de mi muslo en dos. Mojé mi cara con el agua turbia y permanecí con los ojos cerrados durante unos instantes. Era agradable dejar de pensar en mi malaventurado estado. Sentía como la pierna me ardía en sangre, pero el dolor no duró por mucho tiempo. La luna acariciaba el cielo, tímida, pero decidida a ello. Y con esta, el frío casi invernal de aquel extraño bosque retorció mis miembros hasta quebrarlos y adormecerlos.
– ¿Veira? -su nombre se perdió entre el viento y el crujir de las ramas.
Debí buscar un lugar seco, aislado de la lenta pero despiadada brisa helada. Debí curar mi herida a tiempo. Debí caminar algo más hasta estar a salvo de todo aquello...
Pero estaba harto. Y sin motivos para hacer lo contrario, morí. Mi cuerpo estuvo en aquel arroyo, abrazado a la testera ensangrentada de mi caballo, hasta que los gusanos y algunos míseros cuervos quisieron.
Yo afirmo que debí ayudarla, tal cual hice. Pero de haber sabido que ella no huía conmigo en el momento en el que empecé a correr como mil demonios, la hubiera rescatado de nuevo. Y una vez conmigo, quizás, y solo quizás, hubiese tenido fuerzas para seguir caminando.


Detrás

Me giré y allí lo encontré, algo rasgado y débil.
 ¿Cómo te has salvado?
–Fue fácil, me condujo mi deseo de volver… tenía un lugar al que regresar. Mientras ese lugar siga existiendo, nuestros caminos siempre estarán unidos. Y  los recuerdos de nuestro viaje, en mi corazón, siempre.
Entonces una ráfaga de aire le alborotó la melena y con sus rudas manos me acarició las mejillas.
–Quizás no puedas volver a verme -dije mientras unas lágrimas empapaban mis párpados y hacían brillar mis ojos. Los mismos ojos que no podían dejar de mirarle.
–Quizás me encuentres si huyes de nuevo -me respondió.
Entonces se levantó de la roca y, con una seriedad casi dolorosa, añadió:
– ¿Qué puedo perder si permanezco contigo? ¿La vida? -suspiró. Ya la perdería si te dejo ir.
–Calla tus palabras, aparta tu rostro del mío. He tomado mi decisión -espeté.
Entonces, como si algún tipo de fuerza retuviese mi cuerpo y de nada valiese mi preparación como guardiana de Yüv, me paralicé y permití. Permití que aquel beso que se acercaba lentamente se posase sobre mis labios hasta dejarme sin respiración. 
–Esa despedida te costará la cabeza -miré inquieta a todos lados, en busca de alguno de los vigilantes inexpertos de Zaret.
Él rió muy fuerte y me aprisionó entre sus manos de nuevo. La noche estaba cayendo. Yo debía marchar y jamás volver. Aproximó su mentón a mi cuello:
–Princesa, perdí la cabeza hace tiempo. Y mis labios no se están despidiendo de los tuyos.
Le empujé lo suficientemente fuerte como para darme tiempo a preparar mi lanza, hasta colocarla sobre su corazón.
– ¡No soy una princesa! Sirvo a esta tierra y lucho contra aquellos que se hacen llamar de la realeza. Realmente sueño en arrancarles el corazón y darlo de alimento a su pueblo que perece cada día.
–Tú y yo sabemos quién eres -dijo alzando las manos en signo de sometimiento, pero sin creerme capaz de hincar mi arma contra su pecho.
–Procedo de una casa ruin y me persigue lo ruin de aquel entonces. Parte camino a tierras de alguien o muere bajo la penetración sangrienta de mi paciencia ausente.
De un golpe seco partió mi lanza y me acorraló contra un roble viejo, sin ejercer fuerza. Sin hacerme daño. Tan solo mostrando su fuerza, claramente superior a la mía.
– ¿Qué voy a hacer contigo, exprincesa?

domingo, 21 de julio de 2013

Ojalá

Miro hacia atrás y no estás, amado. Observo… sigues sin emerger. Diviso todas direcciones. Me pregunto: “¿Dónde podrá aparecer?” Y sueño, “Soñar y ser soñado”,  las típicas canciones relatadas por los "sabios". Y sueño, con tus labios salados. Entonces me despierto. Miro a todos lados. Ahí estás, aunque dentro realmente. Ausente, pero presente. Ya lo verás. A ti, siempre en mi mente. Quizás contrariado. Es como si no pertenecieras a mi vivido pasado, ni al futuro lejano. Tampoco a mi presente callado. Pero tranquilo, guardo un as.
Tú eres algo más. Todo viene contigo, y todo contigo se va. Como mis males. ¿Vienes? Eres todos mis tiempos verbales... ¿Quieres?
De las mañanas el sol, de los atardeceres la brisa. Tú eres del mundo la sonrisa. Y sus giros. Añoro el dulce que contienen las gotas de tus suspiros; las caladas de tus lágrimas que caen sobre la rosa. Son acidez en mi rima en prosa, al contemplarte. Pues adoro tu calidez; tu mirada penetrante. Tus intensos brazos; de mi cordura, los lazos. Mi expresión corva.
Odio las distancias que me roban; los alambres que atraviesan al caer. Vuelve la acidez. Por ti hambre, por ti sed.
De ti todo parte… y extraño todas y cada una de las partes de tu ser. Ellas te construyen, y ellas me destruyen. ¿De qué sirven las oraciones? Siento reales adicciones por tu cuerpo; por tu piel.
Amor, por ti los oleajes son simple marea. Seré tu dulcinea. Siento amor. Amor por ti. Porque mi corazón vuela. Y animal terrestre fui.



Tal vez me equivoqué... y estés en todas partes, aunque no te vea.
Ni pueda mirarte ni besarte. A lo mejor oír. O tan solo imaginarte. ¿Y qué voy a decir? Si eres el aire que bebo para vivir; el agua que respiro. La nana del dulce dormir. El arte. De las palabras la belleza. La muerte constante de mi tristeza, de mi ego su abatir. Las románticas danzas. Las divinas alabanzas. La bonanza; mi cima, mi luz y esperanza. La salvación de mi alegría. El elixir. La animación de mi fotografía. La bala de un dulce morir. La vía, el camino, y el ir.



Y voy a decir... que cuento tus ausentes segundos, malos que no buenos. A veces me pregunto "¿irás por otros mundos?". Quizá jamás nos reencontremos. Pero sé que no temeremos. No podrán los kilómetros ni los celos. Venceremos, y punto. O eso creemos. Eso queremos creer. Para hacer culto al cuerpo en bruto. Para saborear la pasional miel.
También a veces, cuento cada minuto. Esos que mereces, pero que trágicos conforman hálitos, como de luto.
Y otras tantas, cuento las horas altas en las que mi alma vaga errante, buscando tu sonrisa también vagante, que me falta, para poder refugiarse en tus tiernos besos delirantes. Esos, por los que daría mi honor y mi estandarte, mi blanco velo.
Para poder tocar tu corazón en prendido fuego, llueve mi mano suave de gélida nieve. Y para poder exclamar: "Tú eres mi eterno herido ruego; mi lluvia fría y leve", quiero poder amar: amar ahora, aquí, así. Amarte a ti. Calor caliente. Caricia lenta. Instante breve.
Me agrada sentir... que volverá; aquello que muerdo como un trozo de salud. Que regresará; mi vicio bueno. Parte del gozo de plenitud, y luego todo ello.
Tan Reconfortante. Satisfactorio. Casi permanente cual sello.
¿Y bello? Eso son tus ojos, tus orejas, tus pies, tus cejas, tu pelo, tu cabeza, tu frente, tu piel, tus hombros, tu sien, tus manos, tus codos, tus dedos, tu miel, tu todo, tu ceño.
Ojalá, de algún modo... no venga la desgracia de perderte, mi pequeño. Y yo te tenga, a ti y a la suerte de tenerte, inmenso cielo.
Porque las partes de ti... elaboran mi vulgar rima. Pero todo tú, hasta mi misma muerte, eres mi misma vida.



Te amaré y me amarás
Y así:

Jamás, en mí hallarás, plácida calma. Tuya es, hasta el final, mi ya no propia alma.

Palabras a un pueblo de Mestarios

Idiotas, os pasáis media vida aprendiendo a usar la razón, y una vez la controláis en una ínfima parte de su totalidad, la malgastáis buscando el paradero de la piedra filosofal.
Idiotas, os digo. A cada uno de vosotros, que me estáis escuchando esperando oír algo grandioso; algo revelador e implacable.  No os equivoquéis. Conozco la receta, la he palpado y tenido entre mis dedos una y otra vez. Una y otra, y otra vez, mientras no habíais vivido ni vuestra primera mitad.


Yo controlo ambas partes. Yo predigo las ocultas de los tres hilos de la mano legendaria. Yo soy dueña de vuestro sueño y de vuestra búsqueda. Sólo yo puedo dar remedio.
Y en vez de concederos la salvación eterna. En lugar de sopesar la desbaratada idea de entregaros ese secreto que albergué en mis pezuñas, y sonsaqué con mi sagrado cetro negro de tres puntas... voy a lanzar la espina del corsario, voy a invocar y manejar a mi antojo el nombre de Lavenea; mientras vosotros perdéis vuestra segunda mitad. Creyendo saberlo todo, mermando vuestro falso ingenio en profundas idioteces. Mientras morís de forma infinita, sin llegar a perecer, pero tampoco alcanzando la majestuosidad del elixir. Agonía.



¿Dejar de ser esclavo del miedo? ¿De aquello que te vuelve inmóvil y cautivo en el eclipse de la habilidad farsefa? Tan solo será un cuento de niños, mientras yo permanezca. Es decir: por siempre.

viernes, 19 de julio de 2013

La rima del patio


La niña ríe
El viento mece
Te quiero dice
e ilusionar puede

La niña niega
La lluvia empieza
El dolor riega
El niño reza

El niño llora
La flor se muere
Pasa la hora
como la vida suele
...

Noches para escribir

Hoy que quiero más que nunca de tus besos y sonrisas. Hoy que me conformaría con una pizca de tus abrazos. Hoy, que moriría por un segundo de tu especial calor.

Y aquí estoy yo, escribiendo pensamientos que no podrán leerse; imaginando cosas que no serán más que mera imaginación. Soñando sueños inalcanzables, anhelando caricias que no van a volver. Aquí estoy, viviendo. 
Avanzando hacia la muerte, y en vano; como todas las cosas cuales me dispongo a hacer hoy, y desde entonces.
Hoy que la luna parece que incita a escribir. Hoy que las nubes desvelan los secretos del cielo, desnudando y permitiendo ver a las personas humildes los ojos de la noche, tan abundantes como brillantes, hermosos.

Es una noche fría, una de esas que ojalá no pasaras en ausencia de compañía, pero siempre da la casualidad ––si es que lo es –de que disfrutas del vacío, del estremecedor viento, del sigiloso paso de las horas, solo. Sí, solo. Con la suficiente calma como para poder oír los "pum, pum pum" de tu caja vital. Así como también los a veces molestos "tic tacs" de esos relojes que parece que se derriten en tus ojos y nunca van acorde con el ritmo de los de otros.
Como si tu dolor fuera eterno, como si el tiempo no pasara para aquellos que esperan, o lloran. Quizás ambas tristes cosas.

Respiro hondo, y el hondo se queda en mi garganta. Las palabras de mi mente no dejan circular más oxígeno del que mis esperanzas cogen, y nuevamente caigo en el pensamiento. Quitando más aire, escaseando con recortes dispares la esperanza, añadiendo pensamiento. La serpiente que se muerde la cola como aquel que dice. ¿Desde dónde podemos cerrar el círculo? "Parando de pensar", murmullarán los felices despreocupados que saben vivir con la mente en blanco, viviendo el momento sin la... 
¿Cómo es? Preocupación. Historias, innecesarias o no, que nos consumen.
"Dejando de respirar", dirán aquellos extremos inconformistas de la vida; soñadores natos que agonizan penurias en forma de palabras.

Yo no he venido a esta hoja con este fin. Hoy, estoy aquí porque algo me dijo que estuviera, algo me reclamó estas palabras.
No me siento sola, ni mucho menos. Tampoco sabría con gran certeza qué debo sentir. Como dije antes, estoy en una noche solitaria, retorcida por la brisa y demás movimientos de los cuales nunca me habría percatado antes si la melancolía no hubiera pedido permiso para entrar en mi alma. Espera, ¿a caso lo pidió?
Pero quizás quiera disfrutar esa ausencia de... motivos; esa falta de todo al mismo tiempo. De ti. Sólo puedo decir que por ahora, mi plan es permanecer pensando, seguir anhelando y continuar viviendo. hasta que mis pensamientos no permitan una calada más de aire. Hasta que mi corazón sepa que aquello que espero con tal resignación y calma, no va a regresar. Ese día, será el día en el cual pierda aquello último que dicen que se pierde. Una vez perdido eso, no me quedará nada.


Buscaré ilusiones en rincones olvidados, reutilizaré sonrisas de momentos que en su día pasaron y quizás, sólo quizás, sea hora de decir adiós. Pero hoy, aquí estoy yo. Y por el momento me siento con fuerzas para escribir y esperar durante dos eternidades, si así quisieras... madre.

Sueños



    No estaba ida del todo, pero tampoco en el lugar dónde me encontraba. Me senté en mi silla de madera pintada de aquel color esmeralda y soñé. Soñé que iba por la calle mientras la mujer blanca del cielo decidía mostrarse. Estaba todo nevado, pero no era una nieve corriente. Estaba caliente; muy caliente. Recuerdo que cogí un pequeño trozo y mis ojos ardían de solo dirigirle la mirada. De pronto sentí la necesidad de correr. Sin darme cuenta, mi paseo se había convertido en una terrible huida  La nieve comenzaba a derretirse y brotaban rosas negras en su lugar. Una niña aparecía y me daba su mano.
    –Tienes que venir conmigo, deprisa insistía. Yo me limitaba a seguir aquella historia sin tener muy claro aún que sucedía. Empezó a llover, y las gotas quemaban las flores. Sin embargo, a mí me transmitían un frescor placentero y suave.
    – ¡Rápido, no hay tiempo!- exponía ella con efusividad entre intensos sollozos.
    – ¿No hay tiempo para qué? pregunté. Se hizo el silencio.
    –Para nada. Ya es tarde. De forma repentina la tierra comenzó a separarse. Seguimos huyendo hacia todos lados. Pero por todos lados el suelo se desmoronaba. Entonces me quedé inmóvil. Ella intentaba tirar de mí, pero me resistía. El miedo me había cegado. Inesperadamente, una línea comenzó a abrirse entre mis piernas y quedé colgada en el abismo. La mano de la niña permaneció agarrando la mía; con mucha fuerza, pero ésta inútil y débil. Entonces grité mi nombre con constancia, sin saber muy bien porqué ,y un profundo eco se sumergió en aquel espacio. Una gota de tristeza recorría la mejilla de la niña y acabó cayendo sobre la mía. Era ácida, pero al pasar por mi boca, dulce. Miré sus ojos. Me producían el mismo arder que aquella nieve. Me adentré en la luz de su mirada, a pesar del fuego que irradiaba, buscando un sentimiento. Encontré el de impotencia. Fue pues cuando supe que no debía esperar a que ella no aguantara más y mi mano se resbalara. Yo debía soltarme. Pero cuando lo hice, ella… ella se mostró alegre y satisfecha. Y a partir de ese momento comencé a caer en un tiempo infinito. El calor se me iba apoderando, mientras el eco de mi propia voz persistía: “¡Adelaida, Adelaida!”.
    Desperté, abrí mis ojos con costosidad y permanecí sentada. Delante de mí estaba Celia, mi hermana. Era ella quién lloraba y gritaba mi nombre desesperadamente. Me zarandeaba. Me golpeaba. Quería preguntarle por qué estaba tan alterada y qué era aquello que tanto necesitaba de mí, pero no hizo falta. Vi humo por todas partes y supe que algo trágico estaba sucediendo. Me volví a quedar inmóvil. No atendí a sus palabras de terror e insistencia.
    – ¡Busquemos a Noelia y a mamá y huyamos, no hay tiempo! La esperanza, ya algo marchita, empezó a derretirse y a brotar en su lugar la muerte. Toda la casa ardía. Celia corrió sola en busca de mamá y nuestra otra hermana.
Ante la imposibilidad de que yo me moviera, y la realidad de las llamas que iban tapando todas las salidas, mi madre cogió a mis dos hermanas y me dejaron ahí. A mi suerte. Y no sólo me dejaron. También me encerraron para impedir como fuera mi salida. De nuevo apareció la cara de satisfacción en un rostro. Algo se rompió dentro de mí… o no; nada tenía sentido. A partir de ese momento comencé a caer en un tiempo infinito, el calor se me iba apoderando, mientras el eco persistía: “Adelaida, Adelaida..."...
    –Adelaida, levanta, por el amor de Dios. ¿Te has vuelto a quedar dormida en eso? De verdad, no sé que voy a hacer contigo. ¿Sabes lo cuán grande y reconfortable que es tu cama para que duermas en esa silla vieja y azul?
    Volví a despertar.
    No es azul. Refunfuñé sin abrir los ojos, estando en un mundo muy lejano a la realidad todavía.

miércoles, 17 de julio de 2013

Lo único

A veces hay que tomar decisiones. Decisiones tontas o importantes. Pequeñas o grandes. Sin valor o decisivas. Sean como sean hay que tomarlas. Nunca es posible todo, pero puede ser que nada sea posible siempre. Es lo que tiene la vida en general. Es complicada.
Pero solo si queremos complicarnos con ella.
Hay gente que tiene una especie de don para abandonar aquello que pueda corroerles, o simplemente para que nunca les llegue a corroer.
Otras personas ven su mundo acabar de forma continua a la vez que sudan por los ojos trágicamente como si no hubiera un mañana. En otros casos, los hay que en vez de llorar, acumulan como pequeños trozos de cristal resquebrajados en la garganta.
Algunos, muy pocos, tienen valor para afrontar lo que vino, viene y vendrá.
Unos se encierran en lo que vino y jamás logran avanzar.
Otros tan solo se obsesionan tanto con el futuro que la vida se les va en un suspiro y el presente siempre es algo efímero y vano.
Y otros, no tienen tiempo ni para filosofar, ni escribir, ni soñar. Ni preocuparse tan siquiera. Igual no puedan decidir nada, porque alguien ya decidió por ellos. Su día a día es una supervivencia. El próximo amanecer es de por sí un reto.
En cualquier caso, nos tomemos las cosas como nos las tomemos, o nos toquen de la forma que sea, las decisiones están ahí. Y por mucho que las ignoremos, el miedo nos nuble los sentidos, o la propia esperanza fallezca en nuestro interior, permanecerán ahí. Y no hacer nada nunca es una opción brillante.
Podemos equivocarnos, incluso equivocarnos muchísimo, pero no hay que olvidar que nadie es perfecto. Ni nada.
Por ello la vida no es una excepción.
Tendremos problemas, sufriremos, enfermaremos, quizás enloquezcamos (o vengamos ya locos de fábrica), perderemos amistades, amantes, familiares como padres o incluso hijos. Pero ¿para qué darle vueltas una y otra vez? todos morimos. Y eso es algo de lo poco, quizás lo único, que no podemos decidir.

lunes, 15 de julio de 2013

Algún día

Nada tenía sentido, nada me ilusionaba;
Cerré los puños y dejé caer mi cuerpo sobre la cama...
Esperé tras aferrar mi rostro a una almohada.

Aguardé algo que jamás llegó;
Pues un hálito de aire me embelesó...
Cuando, por fin, mi nariz se liberó.

La vida misma me incitó a ella.
A tocarla, saborearla, respirarla, y todo tal cual es.
Complicada pero bella, y a la inversa.
Corta pero intensa, y al revés.

La vida propia me animó a vivir,
cuando ya no quedaba nada,
solo el existir.
Y ahora que permanezco aquí...
¿Qué remedio...?

...

¿A dónde fuiste? ¿A dónde quisiste ir?
El cielo te guardará siempre... ¿verdad que sí?

sábado, 13 de julio de 2013

Realitats paral·leles, aplicables

Eren dos parlant... tan sols dos que es trobaren quasi intencionadament. Pretenien traçar trams idèntics però es traslladaven a ritme distint. A voltes, convivien en un mateix espai físic i temporal. Altres, jugaven a agafar-se recorreguent llocs que van resultar nous a l’inici... i monòtons i sistemàtics tot seguit de la primera passada coexistencial.


S’escoltà: “La fi marca la partida, i aquesta defineix la fi”. I hi contestaren: “La nostra paciència no és infinita; les nostres ganes de ser pacients, cícliques”. Enmig de tal diàleg, va aparèixer un tercer personatge que es va sumar a la conversa afegint: “Potser el nostre començament marque la nostra fi i la nostra fi, altre començament. Potser el meu amor per ella no siga infinit ni la meua paciència, constant. Done per segur que mentre espere la seua resposta  no us miraré agulles, però; el temps ja em passa prou lent com per a fixar-me’n.


Palabras de enamorados

Súbete a la noria de mi amor,
Y recita esto que está escrito:

Te quiero, como diría un amigo;
Te amo, como dirían los amantes.
Sin embargo, yo, te necesito conmigo;
En cada segundo, más fuerte que antes.

No quiero escribirte algo, porque jamás se haya escrito,
Ni dedicarte el verso más bonito, tampoco el más escaso.
Lo que te diga, que sea susurrado en tu oído,
Y tiernamente, arme guapa en tu regazo.
Con la calma y el alivio que expreso, al estar contigo
Para que me llene tu beso, y me resguarde con tu abrazo.

No deseo contarte sueños ni leyendas sobre estrellas,
Ni esperanzas de lo más tiernas y estremecedoras.
No quiero cantarte canciones bellas,
Ni regalarte las más dulces amapolas.

No quiero hacer ninguna de esas cosas, caballero;
Tampoco sorprenderte, con un texto perfecto, ni brillante
Porque si vivo es para quererte, y yo te quiero
Que eso es lo importante.
Más que la salud y el dinero.
Más que la misma vida, la muerte,
El pico de la luna y el sol entero.
A parte, sin nubes, tú eres el cielo; sin caminos, mi sendero.

Eso es lo bonito de quererme, que es el motivo de yo amarte.
Deseo verte, cuidarte con mi afecto, jamás subestimarte
Sentir tu aliento, dulce hombre, valeroso andante;
De largo viaje, compañero.

No habrá poema ni palabra, para expresarlo
Sólo así sabrás la fuerza, de lo que te hablo.

No sé cómo decir que eres la combustión de mi azufre.
Eres el viento que viene y calma,
Mi azul llama; sin ti, mi corazón sufre.

Eres silencio, que se oye en los hombres que amaron
Mi alma, déjame tu travieso beso,
Y lo devolveré dulce; tal cómo me lo prestaron.

Para mí, el amor es suculenta delicadeza.
Ojalá tú también me puedas amar,
Para que consigas saborearlo;
El sabor y vestimenta de la certeza
Al con pureza expresar
Lo muchísimo que te amo.

Y si te digo:
Una gota de agua, se precipita por la hoja de una rosa
Cada una que lloro cuando muero, al vivir.
En mi hoja y en mi alma; en mi alma y en mi prosa,
Al mojar tristeza, y tinta derretir
Ella no mancha, que decora
Mi palabra hermosa, de cuando cielo, estoy sin ti.

“Eres un sueño; por eso despierta estoy sin ti”
Sólo tengo tus labios y tu mira,
Que me incitan en la memoria
Y mi corazón con ira,
Que se desangra en otra lágrima sin victoria
Cuando me falta la vida,
Y yo muerta, sólo te puedo escribir.

Te quiero, cuidadoso pétalo empapado
Súbete a esta noria,
Porque mis tristezas forman parte de la historia...
Te amo, sólo tú me haces vivir.
Y sin ti, con o sin dolor ya, mi amado,
Sin ti, vida mía, sólo queda morir.
Subiremos y bajaremos, pero en cada altura, te daré un beso.
Más tierno que el sueño, más grande que el existir.
Más bonito que todo eso;
Te necesito ahora, y te prometo, que siempre será así.

Es sólo una de cientos de formas para decirte que te quiero a mi lado, siempre, y para siempre, contigo;  aquí.

miércoles, 12 de junio de 2013

El amor es para siempre y siempre es poco para amar


Me despierto y ya no pienso. Y ya ni quiero pensar. Es difícil basar tu vida en esperar. ¿Y que haces tú, cruel destello? Te paseas como alma furiosa por mis pasillos: volcando cuadros al azar, rompiendo lámparas sin parar. ¿Qué hice para merecer tu odio? Dime, ¿qué hice para que ya no quiera despertar?

Moriste. ¿Por qué me has de visitar? Ya te fuiste y me costó de aceptar ¿Por qué volviste? Deja de atormentar a quien en vida quizás pudiste amar.

domingo, 2 de junio de 2013

Yo

Estatura media, de cuerpo grueso. Cabello castaño por naturalidad, con actualmente diversas teñiduras pasadas por decoloración. Nacimiento del pelo en la frente mediante el pico de viuda. Tez pálida casi blanca. Ojos juntos y azules grisáceos. Marcada por los granos. Nariz prominente. Labios anchos y cortos. Dientes considerablemente blancos y con una mordida poco estable. Barbilla con un hoyo justo en medio. Cuello corto, cabeza grande. Hombros rectos, pechos generosos. Abdomen irregular. Trasero inmensamente voluminoso. Cintura estrecha, cadera ancha. Piernas largas y rellenas. Brazos grandes, muñecas minúsculas, manos medianas, uñas mordidas.


Buena chica



E
ntorné la puerta dejando curiosear mi ser perturbado, confuso, sediento de respuestas. Vi una mujer extendida, colocada de manera incomprensible sobre una cama de la casa. Recuerdo que quise acercarme, definir detalles hasta ese momento muy difusos y distantes. Yo tendría alrededor de cuatro años y mi increíble torpeza hacía que avanzara chocando mi cuerpo de la manera menos cuidadosa posible con todo aquello que se dispusiese en la habitación. Me puse muy nerviosa con temor a que aquella figura inmóvil despertara. Quizás me hubiera propinado un par de tortas y reprimendas por... invadir su intimidad –o demás cosas semblantes que puedan irritar a un adulto.
Ella estaba de espaldas a la puerta, completamente desnuda. Me llamó la atención su negro cabello, que decoraba la sábana con un hermoso contraste estampado. Como si estuviera extraído de las más bellas fotos profesionales, con los típicos tonos tristes y antiguos. Su pelo tenía un brillo especial, desvaneciente por momentos. Como la vida. Como hojas de árbol. Como los suspiros, la suave brisa o la luz del cielo.
Su melena recorría un fino y largo  trayecto, acabado en aves voraces de su mismo color, suspendidas en el aire a medida que su longitud aumentaba. Pues reprimía dureza, reflejaba crueldad y sin embargo transmitía un sentimiento apagado, derretido, consumido. Algo malo la abandonaba, y otro bueno la recorría, que a su vez su luz apagaba, y  su alma purificaba con algo de avaricia.
Después de tantas conclusiones cuales no pude llegar hasta hace bien poco, digamos que titubeé unos pasos más decididos, que no rápidos, para ver su rostro. Recuerdo vagamente su belleza, pero jamás podría llegar a olvidarla del todo. Su boca estaba entreabierta, dejando mostrar sus dientes. Algunos hilos de su larga cabellera se adentraban en ella. Sus ojos eran dos ventanas completamente expeditas, al igual que claros, y se encontraban infinitos, en algún lugar, muy lejano a dónde yo me encontraba.
Un lugar frío pensé; pues su tez gélida, sin apenas haberla probado con mis dedos, lo sugería a dos millas. Sus piernas estaban separadas, trazando caminos contrarios, senderos opuestos que recorrían distancia mientras se juntaban en un punto común. Tenía marcas de hemorragia en las extremidades inferiores y el cuello, como si algo los hubiera sujetado muy fuerte. También pude ver unas vendas en las muñecas. Los vendajes se habían tragado sus manos o bien las había cortado algo. O alguien. Toqué las mías, asegurándome de que a mis manos no las había tragado nada.
Dentro de mí no sentí pena, tampoco dolor, no se había roto ninguna infancia, ni la misma inocencia. Simplemente no comprendía aquello que veía, y miraba. Balanceé a aquella mujer con la punta de uno de mis pequeños dedos, no recuerdo cuál. Lo hice muy ligeramente, como si quisiera que despertara y que no lo hiciera a la vez. Tragué saliva y me senté en una esquina enfrentada a ese entorno silencioso y hostil. No lloré, tampoco abrí la boca ni un momento mostrando perplejidad, me seguí limitando a observarla desde la lejanía prudente, abrazando mis propias rodillas. Aferrando entre mis piernas mi pequeña muñequita de trapo... interrogando con mis ojos jóvenes su aún ida mirada desconocida. Porque eso era para mí. Una desconocida.
Mi indiferencia e inocencia jamás me dejaron saber que aquella mujer estaba muerta, y dudo mucho que entendiera siquiera qué significaba estarlo. Pues para mi padre, hombre de conceptos confusos, todo estaba dormido. Así pues aquella mujer también dormía. O eso dijo despreocupado y con asombro, mostrando su enorme ignorancia de porqué dormía desnuda, forzada y manca, en la cama de mamá.
Asentí y creí todo aquello que me contaba; aunque me hubiera dicho los disparates más absurdos posibles. Yo confiaba en mi padre.
Me tocó la cabeza con dureza y dijo, con aquella voz autoritaria y casi maquiavélica:

Buena chica.


El calor de la muerte

    Siete de diciembre. El viento caminaba por las calles cual niño abandonado. Golpeaba cada puerta y ventana en busca de amor. Amor de alguien que también pasara aquel invierno en ausencia de compañía. Alguien como una tierna viejecita, esperada por una sombra paciente con guadaña detrás del sillón. Alguien como un hombre borracho, que maldijera enfurecido el sinsentido de su vida. Alguien como una embarazada muchacha, al pie de una calle, tapada por un níveo e insignificante pañuelo. Llorando. Muriendo.

    Alguien pasó por el lado de aquella muchacha, tambaleándose un poco, con la mirada perdida.
     ¿Se encuentra bien?
            Silencio y sollozos. Pasó rato largo y la insistencia resurgió.

     ¿Joven? ¿Se encuentra bien?

A medianoche

    Abrió los ojos y pudo ver a un hombre al pie de la cama, tocándole los pies.
Mordía sus dedos, los separaba cuidadosamente unos de los otros. A Jane se le pasaron muchas cosas por la cabeza, pero ninguna tuvo relación con aquella escena que presenciaba. Pasaron unos instantes y aquel hombre se percató de que ella ya no dormía. Entonces, se levantó de sopetón del suelo.
—Buenas noches señorita —dijo muy serenamente—, ¿Le importa que le lama los pies? Es una medianoche perfecta para hacerlo.
—En absoluto, me parece que la luna incita a hacerlo— remarcó Jane.
—En ese caso, me parece que seguiré haciéndolo con gusto. Pero antes... —caviló un instante— debe responder a mis “Buenas noches” puesto que sería de mala educación no hacerlo, ¿no cree?
—Tiene toda la razón del mundo, señor. Señor… usted, buenas noches.
—Eso está mucho mejor. Hoy en día, la gente se piensa que porque uno entre en casa ajena a lamer pies desconocidos, no es digno de respeto y educación.
—Ya ve en el mundo en el que vivimos. Pero usted siga, no se corte por mi cara de desagrado.
Jane intentó dormir sintiendo los lengüetazos arriba y abajo. Sin parar ni un instante.
De pronto, dejó de sentir el consquilleo que la perturbaba. Volvió a abrir los ojos. Y ahí estaba, el mismo hombre en una esquina, llorando desconsoladamente.
—Oh vaya... ¿Puedo ayudarle?
—No, no puede. Me siento perdido y solo. Nadie en su sano juicio quiere estar conmigo, y vengo a llorar a esta esquina.
— ¿No venía a lamerme los pies?
— ¿Qué dice? ¿Se le ha ido la olla, mujer? Digo que vengo a llorar, ¿Se lo escribo? —comenzó a berrear de nuevo, tan efusivamente como antes.
— ¿Qué sucede ahora?
—Olvidé que no sé escribir. Dudo incluso que sepa hablar.
—Pero, si está hablando.
—Eso lo dirá usted ¿Cómo pretende que haga caso de una chalada que pretendía que le lamiera los pies?
—Bueno… yo no lo pretendía. Pensé que usted quería hacerlo.
— ¿Por qué? ¿Tiene los pies de algún sabor en especial?
—No que yo sepa…
— ¿Entonces, porqué iba a querer lamérselos? ¿A qué saben?
—A pies supongo.
—No estoy muy seguro de que me guste ese sabor ¿Ha probado alguna vez un pie? No creo que me quitara la tristeza, aunque seguro que he probado cosas peores. Peores. Peores. Peores. Peores. Peores.
Jane despertó con un grito ensordecedor.
Había mezclado muchas cosas aquella noche, pero… ¿Tantas como para eso?
—Espero que haya sido un sueño —se dijo a sí misma mientras ojeaba sus pies—. De todos modos, me los desinfectaré por pura precaución.


miércoles, 29 de mayo de 2013

La noche vacía


El dolor es una despedida  
Aquel amor perdido 
Una oscuridad sin salida 

Aquella margarita caída 
Un triste color vacío
Una triste rosa marchita

Una melancólica avaricia
Un corazón herido
Dolor, ausente caricia

Un insignificante alimento
Alma comida y sin aliento
Una dama cruel y audaz 

Ella, capaz de cualquier escarmiento
Es un desgarrador lamento
Oscura e ida noche voraz
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Terrible y largo silencio
Mortífero agotamiento
Una barca perdida en mitad de la mar

Dolor es risa sesgada
La blanca luz apagada
Lo horrible de un tierno umbral

Es una clara añoranza
Una dulce luna amada
Un triste cielo sin más

El dolor es un lugar
Una ventisca irascible
La estrella negra y fugaz
Cielo sin nube visible
Sin nada en realidad

Dolor es arrepentimiento
La ausencia de lámparas bellas
Bajo el temido firmamento
Dolor es noche sin estrellas

Y tú, eres todas ellas.

Descanso oscuro


Mujer, respira la dulce condena hasta a ella misma y duerme eterna.
Deja fluir las gotas de vida por la triste vena pronto más muerta.
Permite brotar la sangre opaca de tu seno, roja, espesa, ardiente e insana;
que después será quieta, transparente, negra, gélida, vana;
Escasa ahora...
...luego nada.