Idiotas, os pasáis media vida aprendiendo a usar la razón, y
una vez la controláis en una ínfima parte de su totalidad, la malgastáis
buscando el paradero de la piedra filosofal.
Idiotas, os digo. A cada uno de vosotros, que me estáis
escuchando esperando oír algo grandioso; algo revelador e implacable. No os equivoquéis. Conozco la receta, la
he palpado y tenido entre mis dedos una y otra vez. Una y otra, y otra vez,
mientras no habíais vivido ni vuestra primera mitad.
Yo controlo ambas partes. Yo predigo las ocultas de los tres
hilos de la mano legendaria. Yo soy dueña de vuestro sueño y de vuestra búsqueda. Sólo yo
puedo dar remedio.
Y en vez de concederos la salvación eterna. En lugar de
sopesar la desbaratada idea de entregaros ese secreto que albergué en mis
pezuñas, y sonsaqué con mi sagrado cetro negro de tres puntas... voy a lanzar
la espina del corsario, voy a invocar y manejar a mi antojo el nombre de
Lavenea; mientras vosotros perdéis vuestra segunda mitad. Creyendo saberlo
todo, mermando vuestro falso ingenio en profundas idioteces. Mientras morís de
forma infinita, sin llegar a perecer, pero tampoco alcanzando la majestuosidad
del elixir. Agonía.
¿Dejar de ser esclavo del miedo? ¿De aquello que te vuelve inmóvil y cautivo en el eclipse de la habilidad farsefa? Tan solo será un cuento de niños, mientras yo permanezca. Es decir: por siempre.
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