miércoles, 12 de junio de 2013

El amor es para siempre y siempre es poco para amar


Me despierto y ya no pienso. Y ya ni quiero pensar. Es difícil basar tu vida en esperar. ¿Y que haces tú, cruel destello? Te paseas como alma furiosa por mis pasillos: volcando cuadros al azar, rompiendo lámparas sin parar. ¿Qué hice para merecer tu odio? Dime, ¿qué hice para que ya no quiera despertar?

Moriste. ¿Por qué me has de visitar? Ya te fuiste y me costó de aceptar ¿Por qué volviste? Deja de atormentar a quien en vida quizás pudiste amar.

domingo, 2 de junio de 2013

Yo

Estatura media, de cuerpo grueso. Cabello castaño por naturalidad, con actualmente diversas teñiduras pasadas por decoloración. Nacimiento del pelo en la frente mediante el pico de viuda. Tez pálida casi blanca. Ojos juntos y azules grisáceos. Marcada por los granos. Nariz prominente. Labios anchos y cortos. Dientes considerablemente blancos y con una mordida poco estable. Barbilla con un hoyo justo en medio. Cuello corto, cabeza grande. Hombros rectos, pechos generosos. Abdomen irregular. Trasero inmensamente voluminoso. Cintura estrecha, cadera ancha. Piernas largas y rellenas. Brazos grandes, muñecas minúsculas, manos medianas, uñas mordidas.


Buena chica



E
ntorné la puerta dejando curiosear mi ser perturbado, confuso, sediento de respuestas. Vi una mujer extendida, colocada de manera incomprensible sobre una cama de la casa. Recuerdo que quise acercarme, definir detalles hasta ese momento muy difusos y distantes. Yo tendría alrededor de cuatro años y mi increíble torpeza hacía que avanzara chocando mi cuerpo de la manera menos cuidadosa posible con todo aquello que se dispusiese en la habitación. Me puse muy nerviosa con temor a que aquella figura inmóvil despertara. Quizás me hubiera propinado un par de tortas y reprimendas por... invadir su intimidad –o demás cosas semblantes que puedan irritar a un adulto.
Ella estaba de espaldas a la puerta, completamente desnuda. Me llamó la atención su negro cabello, que decoraba la sábana con un hermoso contraste estampado. Como si estuviera extraído de las más bellas fotos profesionales, con los típicos tonos tristes y antiguos. Su pelo tenía un brillo especial, desvaneciente por momentos. Como la vida. Como hojas de árbol. Como los suspiros, la suave brisa o la luz del cielo.
Su melena recorría un fino y largo  trayecto, acabado en aves voraces de su mismo color, suspendidas en el aire a medida que su longitud aumentaba. Pues reprimía dureza, reflejaba crueldad y sin embargo transmitía un sentimiento apagado, derretido, consumido. Algo malo la abandonaba, y otro bueno la recorría, que a su vez su luz apagaba, y  su alma purificaba con algo de avaricia.
Después de tantas conclusiones cuales no pude llegar hasta hace bien poco, digamos que titubeé unos pasos más decididos, que no rápidos, para ver su rostro. Recuerdo vagamente su belleza, pero jamás podría llegar a olvidarla del todo. Su boca estaba entreabierta, dejando mostrar sus dientes. Algunos hilos de su larga cabellera se adentraban en ella. Sus ojos eran dos ventanas completamente expeditas, al igual que claros, y se encontraban infinitos, en algún lugar, muy lejano a dónde yo me encontraba.
Un lugar frío pensé; pues su tez gélida, sin apenas haberla probado con mis dedos, lo sugería a dos millas. Sus piernas estaban separadas, trazando caminos contrarios, senderos opuestos que recorrían distancia mientras se juntaban en un punto común. Tenía marcas de hemorragia en las extremidades inferiores y el cuello, como si algo los hubiera sujetado muy fuerte. También pude ver unas vendas en las muñecas. Los vendajes se habían tragado sus manos o bien las había cortado algo. O alguien. Toqué las mías, asegurándome de que a mis manos no las había tragado nada.
Dentro de mí no sentí pena, tampoco dolor, no se había roto ninguna infancia, ni la misma inocencia. Simplemente no comprendía aquello que veía, y miraba. Balanceé a aquella mujer con la punta de uno de mis pequeños dedos, no recuerdo cuál. Lo hice muy ligeramente, como si quisiera que despertara y que no lo hiciera a la vez. Tragué saliva y me senté en una esquina enfrentada a ese entorno silencioso y hostil. No lloré, tampoco abrí la boca ni un momento mostrando perplejidad, me seguí limitando a observarla desde la lejanía prudente, abrazando mis propias rodillas. Aferrando entre mis piernas mi pequeña muñequita de trapo... interrogando con mis ojos jóvenes su aún ida mirada desconocida. Porque eso era para mí. Una desconocida.
Mi indiferencia e inocencia jamás me dejaron saber que aquella mujer estaba muerta, y dudo mucho que entendiera siquiera qué significaba estarlo. Pues para mi padre, hombre de conceptos confusos, todo estaba dormido. Así pues aquella mujer también dormía. O eso dijo despreocupado y con asombro, mostrando su enorme ignorancia de porqué dormía desnuda, forzada y manca, en la cama de mamá.
Asentí y creí todo aquello que me contaba; aunque me hubiera dicho los disparates más absurdos posibles. Yo confiaba en mi padre.
Me tocó la cabeza con dureza y dijo, con aquella voz autoritaria y casi maquiavélica:

Buena chica.


El calor de la muerte

    Siete de diciembre. El viento caminaba por las calles cual niño abandonado. Golpeaba cada puerta y ventana en busca de amor. Amor de alguien que también pasara aquel invierno en ausencia de compañía. Alguien como una tierna viejecita, esperada por una sombra paciente con guadaña detrás del sillón. Alguien como un hombre borracho, que maldijera enfurecido el sinsentido de su vida. Alguien como una embarazada muchacha, al pie de una calle, tapada por un níveo e insignificante pañuelo. Llorando. Muriendo.

    Alguien pasó por el lado de aquella muchacha, tambaleándose un poco, con la mirada perdida.
     ¿Se encuentra bien?
            Silencio y sollozos. Pasó rato largo y la insistencia resurgió.

     ¿Joven? ¿Se encuentra bien?

A medianoche

    Abrió los ojos y pudo ver a un hombre al pie de la cama, tocándole los pies.
Mordía sus dedos, los separaba cuidadosamente unos de los otros. A Jane se le pasaron muchas cosas por la cabeza, pero ninguna tuvo relación con aquella escena que presenciaba. Pasaron unos instantes y aquel hombre se percató de que ella ya no dormía. Entonces, se levantó de sopetón del suelo.
—Buenas noches señorita —dijo muy serenamente—, ¿Le importa que le lama los pies? Es una medianoche perfecta para hacerlo.
—En absoluto, me parece que la luna incita a hacerlo— remarcó Jane.
—En ese caso, me parece que seguiré haciéndolo con gusto. Pero antes... —caviló un instante— debe responder a mis “Buenas noches” puesto que sería de mala educación no hacerlo, ¿no cree?
—Tiene toda la razón del mundo, señor. Señor… usted, buenas noches.
—Eso está mucho mejor. Hoy en día, la gente se piensa que porque uno entre en casa ajena a lamer pies desconocidos, no es digno de respeto y educación.
—Ya ve en el mundo en el que vivimos. Pero usted siga, no se corte por mi cara de desagrado.
Jane intentó dormir sintiendo los lengüetazos arriba y abajo. Sin parar ni un instante.
De pronto, dejó de sentir el consquilleo que la perturbaba. Volvió a abrir los ojos. Y ahí estaba, el mismo hombre en una esquina, llorando desconsoladamente.
—Oh vaya... ¿Puedo ayudarle?
—No, no puede. Me siento perdido y solo. Nadie en su sano juicio quiere estar conmigo, y vengo a llorar a esta esquina.
— ¿No venía a lamerme los pies?
— ¿Qué dice? ¿Se le ha ido la olla, mujer? Digo que vengo a llorar, ¿Se lo escribo? —comenzó a berrear de nuevo, tan efusivamente como antes.
— ¿Qué sucede ahora?
—Olvidé que no sé escribir. Dudo incluso que sepa hablar.
—Pero, si está hablando.
—Eso lo dirá usted ¿Cómo pretende que haga caso de una chalada que pretendía que le lamiera los pies?
—Bueno… yo no lo pretendía. Pensé que usted quería hacerlo.
— ¿Por qué? ¿Tiene los pies de algún sabor en especial?
—No que yo sepa…
— ¿Entonces, porqué iba a querer lamérselos? ¿A qué saben?
—A pies supongo.
—No estoy muy seguro de que me guste ese sabor ¿Ha probado alguna vez un pie? No creo que me quitara la tristeza, aunque seguro que he probado cosas peores. Peores. Peores. Peores. Peores. Peores.
Jane despertó con un grito ensordecedor.
Había mezclado muchas cosas aquella noche, pero… ¿Tantas como para eso?
—Espero que haya sido un sueño —se dijo a sí misma mientras ojeaba sus pies—. De todos modos, me los desinfectaré por pura precaución.