domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Veira?

Harto de caminar posé mi bolsa, repleta de remedios, muy cerca del arroyo que se mostraba ante mí. Con un movimiento brusco partí la flecha de mi muslo en dos. Mojé mi cara con el agua turbia y permanecí con los ojos cerrados durante unos instantes. Era agradable dejar de pensar en mi malaventurado estado. Sentía como la pierna me ardía en sangre, pero el dolor no duró por mucho tiempo. La luna acariciaba el cielo, tímida, pero decidida a ello. Y con esta, el frío casi invernal de aquel extraño bosque retorció mis miembros hasta quebrarlos y adormecerlos.
– ¿Veira? -su nombre se perdió entre el viento y el crujir de las ramas.
Debí buscar un lugar seco, aislado de la lenta pero despiadada brisa helada. Debí curar mi herida a tiempo. Debí caminar algo más hasta estar a salvo de todo aquello...
Pero estaba harto. Y sin motivos para hacer lo contrario, morí. Mi cuerpo estuvo en aquel arroyo, abrazado a la testera ensangrentada de mi caballo, hasta que los gusanos y algunos míseros cuervos quisieron.
Yo afirmo que debí ayudarla, tal cual hice. Pero de haber sabido que ella no huía conmigo en el momento en el que empecé a correr como mil demonios, la hubiera rescatado de nuevo. Y una vez conmigo, quizás, y solo quizás, hubiese tenido fuerzas para seguir caminando.


Detrás

Me giré y allí lo encontré, algo rasgado y débil.
 ¿Cómo te has salvado?
–Fue fácil, me condujo mi deseo de volver… tenía un lugar al que regresar. Mientras ese lugar siga existiendo, nuestros caminos siempre estarán unidos. Y  los recuerdos de nuestro viaje, en mi corazón, siempre.
Entonces una ráfaga de aire le alborotó la melena y con sus rudas manos me acarició las mejillas.
–Quizás no puedas volver a verme -dije mientras unas lágrimas empapaban mis párpados y hacían brillar mis ojos. Los mismos ojos que no podían dejar de mirarle.
–Quizás me encuentres si huyes de nuevo -me respondió.
Entonces se levantó de la roca y, con una seriedad casi dolorosa, añadió:
– ¿Qué puedo perder si permanezco contigo? ¿La vida? -suspiró. Ya la perdería si te dejo ir.
–Calla tus palabras, aparta tu rostro del mío. He tomado mi decisión -espeté.
Entonces, como si algún tipo de fuerza retuviese mi cuerpo y de nada valiese mi preparación como guardiana de Yüv, me paralicé y permití. Permití que aquel beso que se acercaba lentamente se posase sobre mis labios hasta dejarme sin respiración. 
–Esa despedida te costará la cabeza -miré inquieta a todos lados, en busca de alguno de los vigilantes inexpertos de Zaret.
Él rió muy fuerte y me aprisionó entre sus manos de nuevo. La noche estaba cayendo. Yo debía marchar y jamás volver. Aproximó su mentón a mi cuello:
–Princesa, perdí la cabeza hace tiempo. Y mis labios no se están despidiendo de los tuyos.
Le empujé lo suficientemente fuerte como para darme tiempo a preparar mi lanza, hasta colocarla sobre su corazón.
– ¡No soy una princesa! Sirvo a esta tierra y lucho contra aquellos que se hacen llamar de la realeza. Realmente sueño en arrancarles el corazón y darlo de alimento a su pueblo que perece cada día.
–Tú y yo sabemos quién eres -dijo alzando las manos en signo de sometimiento, pero sin creerme capaz de hincar mi arma contra su pecho.
–Procedo de una casa ruin y me persigue lo ruin de aquel entonces. Parte camino a tierras de alguien o muere bajo la penetración sangrienta de mi paciencia ausente.
De un golpe seco partió mi lanza y me acorraló contra un roble viejo, sin ejercer fuerza. Sin hacerme daño. Tan solo mostrando su fuerza, claramente superior a la mía.
– ¿Qué voy a hacer contigo, exprincesa?