viernes, 8 de abril de 2011

El agua teñida de dolor


Clarina Ríos Ramírez



Capítulo 1- y único
Era una madrugada fría en Londres. Catherine abrió los ojos, despacio, aún somnolienta. Se giró y extendió una mano pretendiendo alcanzar a su novio; éste no se encontraba a su lado. Ella sólo sabía que habían tenido una riña muy intensa la noche anterior, pero ni siquiera podía recordar con exactitud los motivos de aquella disputa. Se levantó de la cama, y se dispuso a buscar a Keith por la casa.
No le hizo falta investigar demasiado, puesto que allí estaba, postrado en el sofá. Tan tapado, risueño y adorable. De pronto algo le hizo olvidar, por un instante, incluso que se habían peleado. Le acarició suavemente la mejilla, caliente y mullida, y deseó con todas su fuerzas pedirle perdón. Perdón por ser tan irritable, sensible, orgullosa... pero sobretodo decirle lo mucho que le amaba. No obstante le dejó dormir. Muy satisfecha de verle descansar bien, se arregló, cogió sus cosas y marchó directa al trabajo.
Catherine llegó ese día pronto a casa. Entró por la puerta como es lógico, y siguió avanzando hasta la salita del comedor mientras se desplegaba cuidadosamente las mangas de su chaqueta; retirándolas de sus brazos helados. También se quitó los zapatos. Estaba cansada de haber estado todo el día fuera en aquella insoportable empresa, pero le consolaba pensar que después de todo, vería a Keith.
Lo llamó, empezando por un registro suave. Se quedó en silencio. No obtuvo respuesta. Entre la sinfonía de la nada se podía apreciar un débil chorro de agua; procedía de una habitación cerrada, por donde salía agua al raso. Empezó a preocuparse un poco. Abrió despacio; el pomo estaba mojado. Se asomó por la rendija de la puerta con curiosidad y algo de miedo.
  – ¿Keith? Pudo ver el reflejo de él por el espejo, pero no más que su cabeza inmóvil reposada en el extremo de la bañera. Abrió del todo, se acercó a él y le miró. Miró sus ojos quietos, perdidos, sin luz, sin vida. Estaban vidriosos, y no transmitían nada más que abismo.
Bajó la vista hacia la bañera llena de agua… y de sangre. Cerró el grifo que inundaba la sala poco a poco. El nivel era escaso, así que no debía llevar mucho tiempo encendido. Estaba caliente, pero daba la sensación contraria. Ahora empapaba sus pies descalzos.
¿Ese era Keith? Difícil de determinar al tener las extremidades tan sumamente desfiguradas, colocadas en un orden casi incomprensible. Pero Catherine reconocería tan sólo sus manos entre un millón de personas. Volvió la vista a su novio, de nuevo a lo que eran sus ojos. Ella tardó mucho en reaccionar, pero toda la acción transcurrió en apenas un minuto. En su mente se estaba produciendo una especie de cisma; la realidad la había abandonado. Le faltaba aire, todo mejor dicho, y su corazón junto con su garganta se estremecieron formando un puño retorcido.
Se sentó en el suelo desplomándose a su lado. Le acarició su mejilla. Esta vez estaba fría, húmeda, vacía. No podía dejar de penetrar sus turbados ojos en los de aquel cuerpo; quizás buscaba su mirada, pero las pupilas de Keith estaban como en otro lugar, muy lejos de dónde se encontraba ella. Retiró su mano de aquel rostro e intentó, inquieta, cerrarle los párpados. No pudo. En ese preciso instante, le abocó un rayo de realidad, y a la vez, rompió algún hilo de cordura. El dolor le invadió cada recoveco del corazón, y cada segmento de su cuerpo, cada lunar. Finalmente estalló. Fue pues cuando empezaron a caer lágrimas de sus ojos acompasados con gemidos roncos y desesperados.
No le vinieron las preguntas que el ser humano tanto codicia y busca como “Quién, cómo; ni tan siquiera por qué”. Pensaría que sería inútil conocer sus respectivas respuestas, o tal vez no, pero sabía que ninguna de esas cosas le iban a devolver a su amor. La persona a la que esperaba ver siempre al final del día, y viva.
Empezó a gritar su nombre, a moverle, a pegarle, a sacudirle de arriba abajo. Su cabeza se zarandeaba de tal manera que parecía que si Catherine seguía, se desprendería de la propia nuca. Intentó también retirar inútilmente la sangre del cuerpo inerte con las palmas. Luego puso sus manos abiertas para examinarlas. Ahora también estaban teñidas de rojo. Gritó más fuerte, mientras se dejaba caer apoyada y resbalando por la pared de la habitación. Su deslizamiento generaba un chirrido desagradable, frío. Cuando quedó en el suelo de nuevo, solo se apreciaba un pequeño sollozo interior. Paró de llorar, algo dejó de funcionar.
  –Te amo. Estas fueron sus palabras, y fingió su contestación en una voz más grave.
  –Y yo a ti cielo. Se arrastró confusa hasta estar de nuevo al lado de Keith. El agua rojiza que se deslizaba por los extremos de la bañera se convertían en goteos persistentes pero débiles, pero que perforaban el silencio de la habitación.
  –Cloc, cloc, cloc, cloc empezó a decir en voz baja en forma de susurro. Cogió la mano de Keith realmente fuerte y apretó los dientes; se tensaron todas las venas posibles a tensar. Su rostro se empalideció más aún de lo que ya estaba. Se quedó en silencio unos segundos, con una dulce lágrima recorriendo su rostro. Quizás la última. Le besó, como nunca antes lo había besado. Le dolía el pecho de solo tocar esos labios tan rígidos y secos. Su cara cristalizaba horror, y a la vez seguridad. Acto seguido, aporreó brutalmente su cabeza contra el bordillo de la bañera. Su mano se destensó de manera automática, y cayó un cuerpo frío encima de otro desnudo.
Su mirada también estaba perdida ahora; quizás tratando de buscar la de Keith. Sus cuerpos gélidos y frágiles se besaban, y la sangre de Catherine tiñó el agua con un color más concentrado.Ahora estarían juntos por siempre en esa agua teñida de dolor.
  Cloc, cloc, cloc, cloc.

¿Por qué esta reacción tan cobarde? ¿Pensó que morir junto a él sería la única manera de decirle lo que no hizo aquella mañana?, ¿Pensó que si no moría, jamás podría vivir sin tener su presente tacto, y el interminable remordimiento de no haber expresado sus sentimientos cuando tuvo ocasión? Tal vez, y solo tal vez, simplemente el miedo la consumió.
Y por eso yo te digo, aunque de una forma algo extremista:
No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.


Pues nadie sabe lo que le deparará el futuro en el “próximo amanecer”...