domingo, 3 de noviembre de 2013

Detrás

Me giré y allí lo encontré, algo rasgado y débil.
 ¿Cómo te has salvado?
–Fue fácil, me condujo mi deseo de volver… tenía un lugar al que regresar. Mientras ese lugar siga existiendo, nuestros caminos siempre estarán unidos. Y  los recuerdos de nuestro viaje, en mi corazón, siempre.
Entonces una ráfaga de aire le alborotó la melena y con sus rudas manos me acarició las mejillas.
–Quizás no puedas volver a verme -dije mientras unas lágrimas empapaban mis párpados y hacían brillar mis ojos. Los mismos ojos que no podían dejar de mirarle.
–Quizás me encuentres si huyes de nuevo -me respondió.
Entonces se levantó de la roca y, con una seriedad casi dolorosa, añadió:
– ¿Qué puedo perder si permanezco contigo? ¿La vida? -suspiró. Ya la perdería si te dejo ir.
–Calla tus palabras, aparta tu rostro del mío. He tomado mi decisión -espeté.
Entonces, como si algún tipo de fuerza retuviese mi cuerpo y de nada valiese mi preparación como guardiana de Yüv, me paralicé y permití. Permití que aquel beso que se acercaba lentamente se posase sobre mis labios hasta dejarme sin respiración. 
–Esa despedida te costará la cabeza -miré inquieta a todos lados, en busca de alguno de los vigilantes inexpertos de Zaret.
Él rió muy fuerte y me aprisionó entre sus manos de nuevo. La noche estaba cayendo. Yo debía marchar y jamás volver. Aproximó su mentón a mi cuello:
–Princesa, perdí la cabeza hace tiempo. Y mis labios no se están despidiendo de los tuyos.
Le empujé lo suficientemente fuerte como para darme tiempo a preparar mi lanza, hasta colocarla sobre su corazón.
– ¡No soy una princesa! Sirvo a esta tierra y lucho contra aquellos que se hacen llamar de la realeza. Realmente sueño en arrancarles el corazón y darlo de alimento a su pueblo que perece cada día.
–Tú y yo sabemos quién eres -dijo alzando las manos en signo de sometimiento, pero sin creerme capaz de hincar mi arma contra su pecho.
–Procedo de una casa ruin y me persigue lo ruin de aquel entonces. Parte camino a tierras de alguien o muere bajo la penetración sangrienta de mi paciencia ausente.
De un golpe seco partió mi lanza y me acorraló contra un roble viejo, sin ejercer fuerza. Sin hacerme daño. Tan solo mostrando su fuerza, claramente superior a la mía.
– ¿Qué voy a hacer contigo, exprincesa?

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