Abrió los ojos y pudo ver a un hombre al pie de la cama, tocándole
los pies.
Mordía sus dedos, los separaba cuidadosamente unos de los otros. A Jane se le pasaron muchas cosas por la cabeza, pero ninguna tuvo relación con aquella escena que presenciaba. Pasaron unos instantes y aquel hombre se percató de que ella ya no dormía. Entonces, se levantó de sopetón del suelo.
—Buenas noches señorita —dijo muy serenamente—, ¿Le importa que le lama los pies? Es una medianoche perfecta para hacerlo.
Mordía sus dedos, los separaba cuidadosamente unos de los otros. A Jane se le pasaron muchas cosas por la cabeza, pero ninguna tuvo relación con aquella escena que presenciaba. Pasaron unos instantes y aquel hombre se percató de que ella ya no dormía. Entonces, se levantó de sopetón del suelo.
—Buenas noches señorita —dijo muy serenamente—, ¿Le importa que le lama los pies? Es una medianoche perfecta para hacerlo.
—En absoluto, me parece que la luna incita a hacerlo— remarcó
Jane.
—En ese caso, me parece que seguiré haciéndolo con gusto. Pero antes... —caviló un instante— debe responder a mis “Buenas noches” puesto que sería de mala
educación no hacerlo, ¿no cree?
—Tiene toda la razón del mundo, señor. Señor… usted, buenas
noches.
—Eso está mucho mejor. Hoy en día, la gente se piensa que
porque uno entre en casa ajena a lamer pies desconocidos, no es digno de
respeto y educación.
—Ya ve en el mundo en el que vivimos. Pero usted siga, no se
corte por mi cara de desagrado.
Jane intentó dormir sintiendo los lengüetazos arriba y abajo. Sin parar ni un instante.
Jane intentó dormir sintiendo los lengüetazos arriba y abajo. Sin parar ni un instante.
De pronto, dejó de sentir el consquilleo que la perturbaba. Volvió a abrir los ojos. Y ahí estaba, el mismo hombre en
una esquina, llorando desconsoladamente.
—Oh vaya... ¿Puedo ayudarle?
—No, no puede. Me siento perdido y solo. Nadie en su sano
juicio quiere estar conmigo, y vengo a llorar a esta esquina.
— ¿No venía a lamerme los pies?
— ¿Qué dice? ¿Se le ha ido la olla, mujer? Digo que vengo a
llorar, ¿Se lo escribo? —comenzó a berrear de nuevo, tan efusivamente como antes.
— ¿Qué sucede ahora?
—Olvidé que no sé escribir. Dudo incluso que sepa hablar.
—Pero, si está hablando.
—Eso lo dirá usted ¿Cómo pretende que haga caso de una
chalada que pretendía que le lamiera los pies?
—Bueno… yo no lo pretendía. Pensé que usted quería hacerlo.
— ¿Por qué? ¿Tiene los pies de algún sabor en especial?
—No que yo sepa…
— ¿Entonces, porqué iba a querer lamérselos? ¿A qué saben?
—A pies supongo.
—No estoy muy seguro de que me guste ese sabor ¿Ha probado
alguna vez un pie? No creo que me quitara la tristeza, aunque seguro que he
probado cosas peores. Peores. Peores. Peores. Peores. Peores.
Jane despertó con un grito ensordecedor.
Jane despertó con un grito ensordecedor.
Había mezclado muchas cosas aquella noche, pero… ¿Tantas
como para eso?
—Espero que haya sido un sueño —se dijo a sí misma mientras
ojeaba sus pies—. De todos modos, me los desinfectaré por pura precaución.
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